Apareció justo cuando las lágrimas eran parte del cotidiano. Arriba de los techos se escondía la Perla queriendo escapar de los malos, siempre armada de su pistola sin balas y de corazones rotos, mucho más rotos que antes. Fue así como conoció a su chinito, una melodía hermosa había llegado a acompañarla, ya no caminaba sola sobre el tejado, un gato de ojos rasgados venía a saltar y cantar. Un bailecito en la madrugada los hacía más felices. Suelen envolverse en cariño y la sobredosis simple hace que sus frentes simples iluminen los espacios. Se les puede encontrar saltando por el centro devorando algún detallito sabroso.
La perla ya no está sola.